[..Una vez leí un libro en que la mujer, que era la protagonista,
debía asistir al entierro de su padre.
Había entre ellos una de esas relaciones llenas de momentos significativos,
y había también, según creo, cierta distancia.
Eso generaba una situación amorosa llena de cosas pendientes,
que a ella le costaba mucho enfrentar.
En el funeral se tocaría la Novena Sinfonía de Beethoven,
que era la preferida del muerto y, por lo tanto,
la que tenía la mayor capacidad de suscitar su recuerdo en quienes
lo habían querido y conocido bien.
Ella sabía cuánto podía llegar a conmoverse con todo eso
y sabía también que no quería llorar. Así, un día antes del entierro,
se había dedicado a escuchar esa sinfonía una y otra vez,
llorando con la imagen de su padre y con su ausencia definitiva.
Hasta que la hubo oído tantas veces que dejó de emocionarse.
La sinfonía se convirtió en un conjunto de notas musicales
armónicamente compuestas que no le decían absolutamente nada.
Y, efectivamente, no lloró en el entierro......
Lo mismo pasa con las palabras.
Decirlas en exceso, repetirlas hasta el cansancio,
las lleva a tal extremo del sin sentido que no sólo pierden la credibilidad
sino que además se las olvida, se equivoca su pronunciación,
el orden real de las sílabas. También los recuerdos comienzan
a circunscribirse en las mismas palabras que uno repite y repite al narrarlos,
a quedar encerrados, a sonar como una de esas mentiras
que uno inventaba cuando niño y
que contaba tantas veces que terminaba por creérselas........]
("El Daño - Andrea Maturana")
debía asistir al entierro de su padre.
Había entre ellos una de esas relaciones llenas de momentos significativos,
y había también, según creo, cierta distancia.
Eso generaba una situación amorosa llena de cosas pendientes,
que a ella le costaba mucho enfrentar.
En el funeral se tocaría la Novena Sinfonía de Beethoven,
que era la preferida del muerto y, por lo tanto,
la que tenía la mayor capacidad de suscitar su recuerdo en quienes
lo habían querido y conocido bien.
Ella sabía cuánto podía llegar a conmoverse con todo eso
y sabía también que no quería llorar. Así, un día antes del entierro,
se había dedicado a escuchar esa sinfonía una y otra vez,
llorando con la imagen de su padre y con su ausencia definitiva.
Hasta que la hubo oído tantas veces que dejó de emocionarse.
La sinfonía se convirtió en un conjunto de notas musicales
armónicamente compuestas que no le decían absolutamente nada.
Y, efectivamente, no lloró en el entierro......
Lo mismo pasa con las palabras.
Decirlas en exceso, repetirlas hasta el cansancio,
las lleva a tal extremo del sin sentido que no sólo pierden la credibilidad
sino que además se las olvida, se equivoca su pronunciación,
el orden real de las sílabas. También los recuerdos comienzan
a circunscribirse en las mismas palabras que uno repite y repite al narrarlos,
a quedar encerrados, a sonar como una de esas mentiras
que uno inventaba cuando niño y
que contaba tantas veces que terminaba por creérselas........]
("El Daño - Andrea Maturana")
Palabras, dicen que se las lleva el viento,
y no las devuelve, sigue repitiendo, sigue recordando,
mas se transforma en menos,
continua.....
¿ Primavera?